Tan certero y estricto como siempre

«El tiempo es una gran imagen móvil de la eternidad», Platón

Juan Ángel Martínez
3 min readJun 7, 2021
Mi hermana y yo en 2006

Algún día, cuando muramos, descubriremos cómo avanza el tiempo. Aparentemente sigue un orden establecido por horas, minutos y segundos. Sin embargo, a veces nuestra felicidad es quien mueve las agujas del reloj. Un minuto puede ser muy largo o muy corto. Depende de su inversión. No es lo mismo estar 1 minuto debajo del agua que estar 1 minuto más durmiendo en la cama. En el primer caso se nos hace eterno; mientras que en el segundo, breve. Es nuestro estado de ánimo el que lo define. ¿Qué haríamos si nos dijesen que nos queda 1 hora de vida? Primero nos asustaríamos, luego buscaríamos a nuestros seres queridos y, por último, veríamos angustiados cómo el peso del tictac crece sigilosamente. Así va esto. Crecemos entre inestabilidades emocionales, entre problemas estructurales, entre conflictos sociales. Deambulamos por el desierto de nuestro existencialismo, peleándonos con nuestro alter ego por ver quién es más superviviente. La gente llega para luego irse. El dinero, la salud o el amor no son más que juguetes que nos regala la diosa del destino. Lo único que permanece impertérrito, imperturbable, siempre a la sombra del día a día, es el tiempo. El sonido de su tempo nos marca el camino a seguir. Un camino cuyo final es invisible. Sigue andando, sigue luchando, sigue intentándolo, y algún día llegarás hasta él.

Los minutos se tambalearon cuando recibí la noticia del fallecimiento de mi madre. A los sentimientos de ira, impotencia y rabia les siguió una etapa de incredulidad que todavía sigue. Nuestro cerebro es excepcional, pero no lo suficiente como para digerir sin problemas la muerte. No obstante, la Corte Celestial se acercó a verme, personificada, para darme suerte. Mi hermana me cogió de la mano tan fuerte que, pese a la distancia que nos separa desde hace 12 años, sigo notando su piel. También recuerdo cómo me curaba cuando me caía. Sus heridas emocionales, en cambio, eran incurables. Ella intentaba disimularlas lo mejor posible para que yo, desde mi inocencia, olvidara cuanto antes la tragedia que sacudió a mi familia en octubre de 2006. Unas secuelas que jamás marcharán. Al igual que no marchará su imagen de mi memoria. Nunca olvidaré cómo hizo de mí lo que soy ahora. Con ella el tiempo va más despacio. Su paciencia adormece los segundos e hipnotiza mi carácter. Crecí con una ira propia de un niño sin madre. Lo que no sabía es que la figura materna que tanto ansiaba estaba en buenas manos. El destino era impredecible, pero al lado de mi hermana todo se vislumbraba mejor. Ella forma parte de mí. No la puedo describir, ni siquiera acercarme. Este texto no es más que una píldora de un amor incondicional. Su instinto maternal, ese que tanto ejerce ahora, relució entre tanta oscuridad. Todo lo que consigo en la vida se lo debo, en parte, a ella. Me enseñó que la bondad es un privilegio y la maldad, un pasatiempo.

A veces cierro los ojos para intentar ver el futuro. Pero no para ver qué será de mí, sino para ver qué será de ella y los suyos. Mi estima, como hermano, es ciega. Desearía que mi hermana fuese inmortal para poder disfrutarla siempre. Desearía que nunca se marchase para, así, poder vivir con ella mil y una historias. Desearía sentarme a su lado, abrazarla y reirnos juntos del tiempo, que pasaría por nuestros rostros de manera fugaz. Pero me da igual, porque el tiempo bien invertido no entiende de principios ni de finales, tan solo de felicidad. Y mientras mi hermana siga conmigo, la vida de los años importará más que los años de vida.

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