Ojos ajenos

«Nadie nos advirtió que extrañar es el costo que tienen los buenos momentos», Mario Benedetti

Juan Ángel Martínez
3 min readMar 16, 2022
Mi padre y yo, vestido con la equipación del Real Madrid, en el año 2000

La vida acelera y frena cuando le conviene. Lamentablemente nos domina a su merced. Nos mira a los ojos y nos reta con su mirada cargada de ego. Tachar las fechas del calendario no es más que un acto de rebeldía. De rebeldía humana. Intentas mentalizarte y resistir. Resistir ante la vejez, ante la demencia y ante la monotonía. Resistir ante el paso del tiempo, porque hacerle frente es imposible. Cuando el sol se va, las dudas llegan. Llaman a la puerta de nuestras debilidades, no pueden vivir sin ellas. La fragilidad del ser humano es tan rígida como el optimismo de aquel que se empeña en ser feliz. La vida es cruda, sí, pero la supervivencia humana es el tesoro más antiguo de la historia. La rutina solo desea secuestrar nuestros sueños para endurecer aun más la debilidad que nos caracteriza. Y en ese lúgubre escenario, tener visión es imprescindible. Cuando nuestros ojos estén exhaustos de tanto mirar el cielo gris, no nos quedará otra que utilizar una nueva perspectiva. Habrá que apoyarse en los que trazan nuestro círculo, en aquellas personas que nos vieron nacer llorando y que llorarán viéndonos morir. Habrá que confiar en aquellos que se sinceran para que tú hagas lo propio, para que seas honesto contigo mismo. Habrá que dejarse querer por aquellos que dejan que les quieras. Simplemente, habrá que dejar que otros miren por nosotros, pues nosotros algún día también miraremos por ellos.

La vida es tramposa. No es tan larga como creemos pero tampoco tan corta como se dice por ahí. Dependiendo de nuestra felicidad, la vida se viste de una cosa u otra. No obstante, hay sentimientos que ni siquiera la muerte puede borrar: la nostalgia, esa emoción que desprende tristeza y pasión a la vez. Retrotaerse en el tiempo está bien, pero hacerlo por algo que merece la pena es aun mejor. Aquello que nos gusta aparece de la mano de nuestros recuerdos. Me gusta el fútbol porque recuerdo pasarle la pelotita a mi padre. Me gusta reír porque recuerdo como mi madre me sacaba siempre una sonrisa. Me gusta viajar porque recuerdo añorar a mi hermana cuando se fue a vivir al extranjero. Lo que me gusta ya le gustó a mi yo del pasado. Y es que al final, vivir la vida es eso. Intentar superar lo vivido para, algún día, poder decir alto y claro que tiempos pretéritos quedaron bien lejos. Pero no nos engañemos. El amor está esparcido por las distintas etapas que uno vive. Tus ojos nunca se cansarán de mirar hacia atrás. Lo harán por instinto. Lo harán para no cometer los mismo fallos, cierto, pero lo harán también para realizar los mismos aciertos. La muerte acecha desde el día en que nacemos y los recuerdos se encargan de neutralizarla hasta el final. El tiempo pasa y la vida cae sobre nosotros, pero el recuerdo siempre estará ahí, a nuestro lado, para recordarnos quiénes somos y de dónde venimos. La respuesta es fácil: somos fruto del amor que una vez procesamos y que todavía sostiene nuestros anhelos.

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