Los ojos en un sitio; la cabeza, en otro

«Los recuerdos no son la llave del pasado, sino del futuro», Corrie ten Boom

Juan Ángel Martínez
3 min readMay 16, 2023
Mi padre y yo, abrazados porque sí / 2009

Cuando llegan las semifinales de Eurovisión y toda la parafernalia previa a la gran final, me hago el remolón, como si quisiera convencer a mi alter ego de que no voy a seguir el evento. Como hasta mi otro yo imagina, llega el sábado de turno y me siento delante de la pantalla. Unas cervezas, unas pizzas precalentadas y algún que otro colega aleatorio para despotricar contra todo país que no vote a España. Al momento de los puntos, sin embargo, nunca llego. Como el que abandonó Peaky Blinders porque el principio le aburría o como el típico amigo que no ha bebido lo suficiente como para aguantar de pie a las siete de la mañana en una fiesta de pueblo al ritmo de Flying free. No obstante, me entero, Google mediante, de que ha ganado Suecia. De nuevo, como en 2012.

Aunque hace once años vivíamos bien, en 2009 era mejor. En la feria de mi pueblo pusieron una noria; Antena 3 emitía series como El Internado, Física o Química o Escenas de Matrimonio; el Messenger y la Nintendo DS copaban las portadas de la clase alta en las sociedades que se formaban en los parques y yo empezaba a conocer el gran mundo de “Seidia”, un campamento de verano que me marcó para siempre. Y es que cuando me senté en el sofá a ver la gala pensé en mi primera vez. Pensé en el gran Alexander Rybak, representante noruego, ganando el festival con una hermosísima canción interpretada a través de su violín. Recordé que a mi padre se le cerraban los ojos debido a su intrínseco sueño. O debido, quizá, a que esa noche el Real Madrid perdió 3–2 en Vila-Real, dejando la liga prácticamente sentenciada a favor del FC Barcelona. Situación similar a la actual. En su momento, eso sí, el fútbol me afectaba menos que ahora. En ese entonces solo me importaba la cantidad de tazos que me faltaba para completar la colección de Oliver y Benji.

Creemos que Eurovisión es una chorrada. Un acontecimiento marcado por la controversia, creado para entretener y para unir a los pueblos. Pero estamos equivocados. Eurovisión, como todas las vivencias, es un recuerdo que se mantendrá vivo siempre que queramos. En 2033, cuando los coches vuelen, la gasolina siga por las nubes y los medios de comunicación recuerden que Loreen hizo historia hace diez años, vendrá a mi memoria este texto. Recordaré que, un día como hoy, salí de la ducha sudando, debido a la calor. Recordaré que no hay nada que deteste más que el viento, ciudadano molesto que pulula estos días por Vinaròs. También recordaré que estoy feliz porque estoy a un paso de acabar la carrera y porque ya vislumbro un bonito horizonte. El futuro, que tanto nos atemoriza, debería encandilarnos siempre. Al fin y al cabo, es el único tiempo absoluto que podemos dibujar a nuestro gusto. De todos modos, entiendo el amor que se le tiene al pasado. ¿Acaso no estoy ahora mismo juntando estas letras para, en unos años, poder reconciliarme conmigo mismo rememorando buenos tiempos? Qué más dará Eurovisión. Al final es todo una excusa para poder disfrutar de la vida y, sobre todo, para poder recordarlo luego.

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