El futuro y su bastón

«Sólo hay una fuerza motriz: el deseo», Aristóteles

Juan Ángel Martínez
2 min readJun 1, 2022
Yo con mis sobrinos en el aeropuerto — 01/2020

La vida es tan paradójica que para sobrevivir al presente debemos imaginarnos un futuro próspero. Sin descuidarnos, por supuesto, de la fuerza del pasado, ese período de tiempo que se encarga de curtir al ser humano de cara a obstáculos venideros. Oscar Wilde decía que los bien educados contradicen a otras personas mientras que los sabios se contradicen a ellos mismos. Más allá de la distinción entre los dos grupos, queda claro que las personas se sienten a gusto en el mundo de las contradicciones. Y yo me incluyo. Nos encanta conjeturar, pensar en condicional, dejarnos llevar para, a su vez, querer obedecer de vez en cuando. Llega la noche y, con ella, el silencio. Ese silencio que se encuentra entre las almohadas y que nos permite soñar despiertos. No contamos ovejitas, contamos ojalás. Y es que ese, quizá, sea el elixir de la inmortalidad. Desear y soñar para sentirse vivo. Construir en nuestras mentes un futuro halagüeño. Buscar la esperanza en el mañana para encontrar la esperanza actual. Y todo esto sin darse cuenta de que el porvenir es el amo y señor de nuestro día a día. Lo es porque, sin él, no tendríamos fuerzas para seguir levantádonos cada mañana.

No obstante, la energía del presente es inigualable. Abrazar a nuestro amigo, oler el perfume de la persona que te gusta, observar un atardecer, escuchar el sonido del mar o saborear tu plato favorito son placeres que pertenecen a la osadía. La osadía de la persona capaz de encontrar un motivo por el cual sonreír al levantarse. La vida, eso sí, no escatimará en trabas. Llevo tiempo maldiciendo al destino por haberme quitado a mi madre. Sin embargo, también le doy las gracias. Y lo hago porque me devolvió, aunque en otro tipo de frasco, el trozo de vida que me quitó. Mis sobrinos no son lo que más quiero en este mundo, pero sí son aquellos a los que más querré. Son uno de esos motivos por los que, al levantarme, estoy feliz. Porque al final la felicidad se traduce en eso: sentir el auténtico bienestar, aunque sea imaginándotelo. Tanto a ellos como a mí nos queda mucho por vivir, y eso es lo que me reconforta. Quién sabe qué nos deparará el futuro, listo e imprevisible como el que más. Pero lo importante, realmente, es que siga habiendo un futuro que coja de la mano al presente y, por supuesto, al pasado, respetado y amado a partes iguales. Mientras Pablo y Mateo sigan de pie, yo estaré enfrente. Sus alegrías me satisfarán y sus discusiones de pequeñajos seguirán sacándome la misma sonrisa de siempre. Como a mi madre, que fue la que le encargó el frasco de vida al destino y, francamente, no se equivocó.

--

--