Abrázame y no me sueltes

«La acción cura el miedo, la inacción crea terror», Douglas Horton

Juan Ángel Martínez
3 min readJul 1, 2021
Yo contemplando las vistas en Meteora, un conjunto de peñascos situados en Grecia

Esta semana he puesto punto y final a 4to de periodismo. Para el curso que viene me espera un trabajo distinto, aunque único: las prácticas y el famoso TFG (trabajo final de grado). Si tan solo hubiese escrito la primera oración, en mi corazón predominaría un sentimiento de plenitud, mezclado con la inseparable alegría que te asegura un mísero aprobado. Sin embargo, al redactar la segunda, emociones como la angustia, la ansiedad que produce un futuro incierto o la presión social, llaman a la puerta de mi bienestar. Por suerte (o no, quién sabe), no les abro. No porque no quiera, sino porque no encuentro las llaves. Y es que, recordemos, quien sufre ansiedad, depresión o cualquier transtorno por el estilo no es más que una persona a la que le aprietan demasiado los zapatos. Unos zapatos cuya talla no se elige. Unos zapatos que, a día de hoy, dejan un rastro timorato, perdido entre tanto viento.

El tiempo le dirá a cada uno si, tener miedo o no, es una virtud. Por un lado se encuentran aquellos que no le temen a nada. Esa gente desayuna adrenalina. Viven sin piedad. En sus debates mentales no habita el miedo. Piensan y actúan. Una mentalidad digna de ver, aunque difícil de emular. Por otro lado, en cambio, están los que, a veces, ven barreras donde no las hay. Detrás de cada análisis se aprecia el miedo. Miedo a hacerse daño, miedo a caerse o miedo a no volver a respirar. Ambos sectores nacieron, o no, con el miedo incorporado. No obstante, luego estoy yo. Me dedico a intentar analizar y etiquetar a toda esa gente a la que veo jugar con el miedo. Unos disfrutan pasándole la pelotita; otros simplemente se la regalan. No sé cuál de los dos perfiles es el correcto. Ni siquiera sé cuál de los dos te garantiza más vida. De hecho, tampoco sé qué hago escribiendo sobre una emoción tan gigantesca. Pero lo que sí sé es que el miedo ahoga. Chupa tu energía como si fuese el mejor de los exprimidores. Y esa energía no la trata en vano. Esa energía la transforma a su libre albedrío. El miedo es un espejo enorme, de cuatro esquinas. Un espejo que nos vigila y que se encarga de recordarnos que ni somos perfectos ni lo seremos. Nos tatúa en la frente que no debemos confiarnos, pues la oscuridad en la que viven algunos sentimientos se ilumina de vez en cuando. No avisa, pero tampoco traiciona. Es leal a uno mismo. Podremos quejarnos de nuestras fobias, pero nunca olvidaremos que son nuestras.

En mi opinión, el miedo no debería ser nuestro enemigo. Él solo intenta hacerse ver. Forma parte del inframundo de nuestro corazón y comparte aire con la tristeza, los complejos o la ira. El miedo es intenso y sincero, ya que jamás nos miente. Sin embargo, su esencia no va por ahí. Su esencia va ligada al tiempo, ese regalo tan lujoso que nos ofrece la vida. Es curioso porque, cuando el tiempo vuela, las cosas van bien. No nos gusta que tiempo y rapidez vayan de la mano, aunque nos rebozamos en el barro del placer que ofrece esta sinergia. El miedo, lamentablemente, es la sombra de nuestra felicidad. No le hace falta aparecer porque siempre está. Lo que sucede es que a nosotros, ensimismados fijándonos en la serotonina, no nos incordia su presencia. Nos incordia, eso sí, cuando da en el clavo. Y es que el miedo, repelido por todos y amado por nadie, es un factor de identificación. Nos conoce mejor que nadie y por eso nos ataca con tantísima precisión. No se anda con rodeos. Tan solo debe tocar una de nuestras débiles teclas para susurrarnos al oído que somos motas de polvo tratando de sobrevivir. La inmortalidad a la que muy de vez en cuando nos aferramos es una mera ilusión óptica. No hay nada más inmortal que aquello que no se ve pero que sí se aprecia. Algo que carece de vida nunca necesitará vivir. En cambio nosotros, soldados de la tortura diaria, tenemos pesadillas con el miedo sin darnos cuenta de que él, impasible e inigualable, es más vital que cualquier ente.

--

--